En este camino lleno de grandes aprendizajes y descubrimientos, he tenido el privilegio de conocer “levemente” cómo se expresa el interior de muchas personas (con quienes he trabajado), y a la vez descubro que hay un mar de profundidad tal, que es inabarcable en un solo proceso de coaching, bueno en realidad ni en todos.
Me maravillo saber que todos los seres humanos tenemos un “potencial” inmedible, y si queremos, podemos acceder a él diariamente y conocerlo cada vez más. Me siento agradecida con cada cliente, y cada estudiante que me ha permitido llegar a terrenos cada vez más hondos y me han dejado contemplar sus propios procesos de descubrimiento, es algo realmente indescriptible.
(Aquí algunos ejemplos de lo anterior)
Creo que utilizar una expresión como “Desarrollo del Potencial Humano” es algo que ni quienes lo decimos con frecuencia, logramos dimensionarlo.
Veo mi propio reflejo, y las ocasiones en que sé que he puesto barreras, me he metido en un caparazón de justificaciones, me he resistido a descubrir más de mi misma y le doy permiso a mis miedos para usar disfraces de discreción, de timidez, arrogancia, e incluso risas nerviosas que juegan al buen humor.
En este interminable camino de conocimiento propio, hoy tengo la certeza de que la mejor herramienta que existe para avanzar, es a través de la interacción con otros. Dejarnos coachear por los acontecimientos, por la familia, por los niños, por las situaciones de la vida, por los clientes, por los retos del trabajo y formularnos las preguntas necesarias que lleguen y permitan que se produzcan nuevos aprendizajes.
(Descubre porque cada vez más profesionales se están certificando como Coaches)
Un verdadero coach, llega a descubrir humildemente, que necesita de otros, si es que en verdad quiere continuar la carrera de avance progresivo de su SER. Un buen coach es ante todo un buen coachee (cliente de coaching).
Algo que apoya la disposición del coach para revisarse o para acompañar a otros, es darse espacios de interiorización, meditación y reflexión a la luz de nuevas preguntas. Les comparto esta meditación de Mark Nepo, que ilustra de forma grandiosa la manera de seguir cavando y removiendo los miedos a través de esta pequeña parábola.
Te invito a que te des el permiso de parar lo que estás haciendo y hacer el ejercicio propuesto:
“Un niño ciego guiado por su madre, contempla las flores de cerezo…” Kikaku
¿Quién sabe lo que un niño ciego puede ver en las flores o en el canto de las aves?
¿Quién sabe lo que cada uno de nosotros puede ver desde la privacidad de su propia ceguera?
No nos confundamos: Todos estamos ciegos de alguna forma en particular, y al mismo tiempo, todos tenemos una visión única. Pensemos, ¿cómo nos ciega el miedo?
Si le tememos a las alturas, quedamos ciegos ante la humildad que ofrecen las perspectivas vastas. Si le tememos a las arañas, nos quedamos ciegos ante el esplendor de las telarañas. Si le tememos a los espacios reducidos, nos quedamos ciegos ante los secretos de la soledad repentina. Si le tememos al cambio, nos quedamos ciegos ante la abundancia de la vida. Si le tememos a la vida, nos quedamos ciegos ante el misterio de lo desconocido.
Y dado que el miedo es algo perfectamente humano, estar ciego se torna inevitable. Eso es contra lo que todos luchamos, lo que todos queremos superar.
Pensando en lo anterior, el breve poema de Kikatu nos sirve como parábola íntima porque en la vida siempre nos tropezamos y batallamos sin parar. Para entrar y para salir de una relación, para entrar y salir de la gracia del gran todo oculto de la existencia. En parte esta es la razón por la que nos necesitamos los unos a los otros. Porque con frecuencia, nuestras relaciones nos ayudan a experimentar la unidad de las cosas. Esta vivencia la logramos turnándonos:: a veces somos el niño ciego, a veces somos la guía amorosa, y a veces, la distraída flor de cerezo. Claro que no sabemos quién debemos ser sino hasta que hemos aprendido lo necesario.
Haz este ejercicio que no tomará más de 5 minutos. Vale la pena detenerse y vivir esta tranquila experiencia acompañada de la respiración.
Cierra los ojos y repite tres veces el poema de Kikaku. En cada ocasión identifícate con un personaje distinto.
La primera vez, respira con lentitud y conviértete en el niño ciego que contempla las flores que no se pueden ver.
La segunda vez, respira hondo y conviértete en la madre, en la persona que guía al niño hacia la belleza que pueden compartir, pero que jamás podrán experimentar de la misma forma.
En la tercera ocasión, respira sin pensar y conviértete en la flor del cerezo que hace que, tanto los que pueden ver como los que no pueden, se detengan a contemplarla.” Mark Nepo.
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